jueves, 13 de octubre de 2011

Palabras calladas


Irene y Alberto se tumbaban cada tarde en la cama de ella, con las manos entrelazadas, y se hablaban y se sentían durante todas las horas que puede durar una tarde. Hasta la noche y más allá.
Pasó una tarde. Y otra. Y otra. Y otra. Pasaron días, semanas y meses.
Idealizaron el mundo hasta que acabó siendo solo de ellos. Su mundo. Un mundo en el que nadie entraba ni salía, en el que todo era bueno, en el que los problemas, si es que los había, se resolvían con facilidad. Y de tanto idealizarlo, de tan perfecto que lo construyeron, lo acabaron por desgastar.
Demasiado pronto.
Una tarde. Una de tantas. Tumbados todavía, se les acabaron también las palabras. Dejaron de escuchar el vaivén de las olas en las palabras del otro y pasaron a escucharse ya solo los pensamientos. Tantas palabras callaron que se les enquistaron.
La mano de Alberto ya no abrazaba la de ella, la sostenía únicamente por el dedo meñique. Los ojos de ambos ya no se acariciaban, casi siempre los tenían cerrados. La boca de Irene ya no escuchaba a la de Alberto, ambas apuntaban hacia el techo.
Despedida, desamor, desazón, decepción.
Años después cada uno sigue habitando en el recuerdo más hermoso y triste del otro. Ambos saben que tuvo que acabar para que fuese eterno.

lunes, 3 de octubre de 2011

La redención del destino

(Ransom of the fate, de John Santerineross)

...Y el mono baila sobre la mesa, para que le vean; no se mueve demasido, pero baila mientras la cabeza le da vueltas ... Y le encanta su jueguecito, gira el cerebro de un lado a otro, pero llega siempre al mismo sitio porque no encuentra la salida. Es el juego de volverse loco sin que nadie lo note. Y se sabe poco importante, indiferente, frustrado, pero nadie lo nota.

... Y su cabeza, como una lavadora, sigue dando vueltas. Y él, dentro de un tarro hermético y transparente, sobre la mesa. Pero esperará hasta que la mesa se rompa y quede a tres patas. Sigue bailando, sin moverse, solo para que le vean; para que le vea. Ahora le mira y el mono gira y gira para acaparar su atención. Sonríe. Ya se siente importante, ya está contento...  Pero la mesa empieza a cojear.

... Y la música suena. Se siente mal. Ahora nota sobre él todas las miradas. Se desvanece en sí mismo. Se siente incómodo al haber conseguido lo que se había propuesto cuando se subió a la mesa a bailar, dentro del tarro. Desvía la mirada de los ojos que antes buscaba.

... Y pasan días y días y días... Y cada vez la mesa está más coja y tiene las patas más cortas. Y encima de ella sigue estando el frasco cada vez más hermético pero menos transparente. El tiempo ha hecho que alguien lo etiquete.

... Y al mono ya solo le queda un recuerdo de lo que fue. No tiene nada que hacer, quizá morir para convertirse en lo que era antes de subirse a la mesa.

NOTA: ESTE TEXTO ES UNO DE LOS PRIMEROS QUE ESCRIBÍ, SIENDO ADOLESCENTE, DEDICADO A ALGUIEN QUE SÓLO VIVÍA PENSANDO EN LAS APARIENCIAS. ASÍ LE FUE. PARA MÍ HOY SIGUE LLENO DE SIGNIFICADO. HAY DEMASIADA GENTE ASÍ PULULANDO POR AHÍ.